Alfonso XII, la inocencia coronada

Alfonso XII fue declarado rey a los doce años. Antes de él, la silla real estuvo ocupada por otro muñeco de trapo. Apenas nació, su padre Juan II de Castilla lo nombró administrador y maestrante de la Orden de Santiago mostrando su preferencia para que le sucediera como rey, aún por encima de los derechos de su primer hijo Enrique.
Pero antes de que el pequeño cumpliera un año, el rey Juan murió. Alfonso y su hermana tres años mayor, Isabel, crecieron en la villa de Arévalo junto a su madre y unos pocos sirvientes, llevando un estilo de vida frugal, en permanente contacto con la naturaleza, lejos de los lujos de la corte de su hermanastro mayor, el ahora rey Enrique IV.
Pero la felicidad de la niñez duraría poco. En el caso de Alfonso, demasiado poco. Cuando tenía 8 años, y su
hermana 10, fueron trasladados a la corte del rey en Segovia, como parte de un movimiento estratégico de su hermanastro para que no fueran presa fácil de las manipulaciones de los nobles.
En aquel momento el reino era un hervidero de complots. Un cuero seco. Y la nobleza, harta de subordinarse a la monarquía, buscaba arrebatarles poder infiltrándose en las redes de la corona. De esta forma, el camaleónico Juan Pacheco, marqués de Villena, se hizo con la tutela de Alfonso y cuando éste tenía doce años instó a los nobles a tomar un atajo en la línea de sucesión real, desconociendo al rey Enrique y coronando a Alfonso en esa representación simbólica del derrocamiento conocido como “Farsa de Ávila”.
Reunidos en la localidad de Ávila, los nobles rebeldes rodeados de multitud, vistieron a una especie de espantapájaros con las ropas del rey y lo despojaron de su corona, trono y demás emblemas de mando. Minutos después, en el mismo trono, declaraban a Alfonso XII su rey.
Tres años “reinó” en Castilla Alfonso, El Inocente. Instaló su corte en Arévalo y se hizo acompañar de los más elevados representantes de las artes. Sus cronistas recuerdan de ese breve período su carácter cordial y afable. Sus partidarios y buena parte de su pueblo le consideraban una esperanza para el reino frente a la pésima administración de su hermanastro mayor. Pero fuera de las puertas del palacio, Castilla estaba en guerra civil.
Su gran oportunidad histórica llegó en la batalla de Olmedo pero no le fue suficiente. Aún persisten los debates sobre quién la ganó. Las tropas del Rey Enrique IV eran superiores a las del Rey Alfonso XII, pero el primero se retiró sin proclamar a viva voz el triunfo por lo que la victoria pudo ser atribuida al pequeño David. Alfonso era un niño jugando a la guerra con soldados de carne y hueso. Pero alguien más jugaba con él.
A los quince años abandonaba este mundo, trayendo la paz a un pueblo desgarrado por los embates de la guerra. Su hermana Isabel pactó el cese del conflicto con Enrique IV a cambio de ser declarada su legítima sucesora. Juan Pacheco se pasó de nuevo al bando del rey.
La muerte temprana de Alfonso no le llegó en medio de la batalla, como hubiera preferido para fundar una epopeya, sino camuflada en un bocado de trucha, su última cena. Dicen que murió de peste, aunque no se descarta el envenenamiento. Esa noche comía junto a su hermana Isabel, nuestra Isabel. Sin duda, al inocente Alfonso de Castilla lo mató el poder.