Juan, el frenético

En el Real Monasterio de Santo Tomás, en la ciudad de Ávila, yace tumbada una figura de mármol con los labios gastados. Poco importa que el interior del sepulcro haya sido profanado y no haya ningún cuerpo a quien rendir honor, porque jovencitas de todo el mundo siguen llegando hasta allí para besar en la boca a la estatua de Don Juan de Aragón y Castilla. Dicen que aquél que murió de amor puede hacer que a ellas les llegue su propio príncipe.
El segundo hijo de los reyes católicos, heredero de la corona y, por lo tanto, Príncipe de Asturias, murió sofocado. Los médicos dijeron que de tuberculosis, el pueblo dijo que de exceso de amor.
Como parte de la política matrimonial de los reyes católicos de emparentar a sus hijos con los herederos de reinos aliados, lo casaron con Margarita de Austria, hija de Maximiliano I y hermana de Felipe El Hermoso, esposo de Juana La Loca. Desde que Doña Margot (como era llamada Margarita) pisó Castilla, Juan no le quitó los ojos de encima. Él tenía 19 años y su madre, beata al fin, lo había obligado a conservarse virgen para su futura esposa.
Es curioso, pero todos los hijos de Isabel y de Fernando vivieron y murieron amando desenfrenadamente. Luego de su matrimonio Juan decidió recuperar el tiempo perdido: él y Margarita pasaban semanas enteras encerrados en sus aposentos entregados a la pasión.
Pero la salud de Juan, que siempre había sido precaria, le pasaría factura. Desde que nació había sido señalado de enclenque. Comía poco, era largirucho, desgarbado y enfermizo, quizás a causa de haber llegado al mundo cuatro semanas antes de lo previsto. Pero era el heredero que Doña Isabel y Don Fernándo tanto habían buscado. Toda Castilla lo celebró y a los diez meses de nacido fue jurado como Príncipe de Asturias por la nobleza y el clero.
Al poco tiempo de la boda a la reina Isabel le comenzaron a llegar cartas sobre Juan: que no probaba bocado y seguía yaciendo con su esposa como en un frenesí. Margarita de Austria cumplia sin quejarse sus deberes matrimoniales. No había nada qué hacer.
Tan poco se hizo que a los seis meses de casado, poseído por la lujuria, Juan se tumbó sobre su esposa y no volvió a despertar jamás. Tenía 19 años y demasiado deseo contenido. El amor le llegó tarde pero la muerte se lo llevó demasiado temprano.
Margarita estaba embarazada de una niña que nació sin vida. Así las cosas, Castilla se quedaba sin heredero dejando a Isabel, la primogénita de los reyes católicos, como legítima heredera y Princesa de Asturias. Isabel tampoco viviría demasiado tiempo después del nombramiento y la corona de Castilla pasaría a manos de Juana, la más controversial de las hijas de Isabel.