Carlos I, el plus ultra

Fueron suyas la herencia de Aragón, de Castilla, de Borgoña, la germánica, las islas del Caribe y toda Sudamérica. Se decía que en su imperio «no se ponía el sol». Siempre era de día en algún territorio dominado por Carlos I.
Nieto de los reyes católicos, Fernando e Isabel, y de Maximiliano I de Austria y de doña María de Borgoña, Carlos I heredó cuatro reinos con todos sus problemas. Si llegó a descansar alguna vez lo hizo al final de su vida, cuando se dio por vencido en la tarea de unificar a Europa en un solo reino bajo el tutelaje de la religión católica.
Sin duda, el hijo de Juana La Loca de Castilla y Felipe El Hermoso de Austria recogió los frutos que sembraron sus abuelos a fuerza de guerras y sangre, pero también se procuró sus propias epopeyas y conquistas.
Bajo su mando fueron conquistados México, Perú, el pueblo de los Chibchas, actual Colombia, se fundó Quito y Guayaquil, se arrendó la provincia de Venezuela a las familias alemanas Welser y Fugger y se concretó la primera fundación de Buenos Aires y de Santiago, dando fuerza a su lema personal como regente de uno de los mayores imperios del renacimiento: «Plus Ultra», que significa en latín «más allá» y aún permanece en el escudo de España, territorio en el que, por cierto, no lo querían.
Se había criado en Flandes y no hablaba castellano. Tras la muerte de su abuelo Fernando El Católico y la enajenación mental de su madre Juana La Loca, asume la regencia de Aragón y de Castilla con dificultades. Tuvo que enfrentarse a la nobleza en la guerra contra las Comunidades quienes no aceptaban que un «extranjero» y su séquito de servidores flamencos tomaran las riendas del poder. Por si fuera poco, su hermano menor Fernando sí había sido criado en España y, por lo tanto, era el favorito de las Comunidades.
Carlos logró solventar la situación militarmente, pero éste era apenas el primero de cientos de problemas acarreados por el exceso de poder. Entre sus enemigos se contaron Martin Lutero, Italo Calvino, Enrique VIII (ex esposo de su tía materna Catalina) y toda la legión de protestantes contra quienes luchó formando la Liga Católica. El conflicto derivó en el Concilio de Trento.
Faltaban frentes por combatir. Estuvo en guerra con Francia, con los otomanos, con Salimán y hasta con Barbarroja. En el interín de las luchas y conflictos políticos tuvo tiempo de tener seis hijos con su prima Isabel de Portugal y cinco hijos ilegítimos. Descendencia nada despreciable para un hombre que no podía hablar bien pero que tampoco podía cerrar la boca.
Junto a sus reinos, también había heredado el terrible perfil de los Hamburgo, del que su padre Felipe El Hermoso había sido una clara excepción. Su barbilla era tan prominente que no parecia de este mundo y los dientes parecían separados por un océano de distancia.
Había tenido serios problemas de aprendizaje y un «temperamento flemático de carácter seco y rudo». Sin embargo, era dado a los placeres de la comida. La gula era su pecado recurrente y la gota la enfermedad que lo aquejaba
Con la muerte de su esposa Isabel le sobrevino una honda crisis depresiva. Se sumió dos meses en palacio sin atender sus múltiples deberes de Emperador. De Isabel se decía que era hermosa y fértil, aunque tres de los hijos que tuvo con Carlos murieron niños a causa de la epilepsia. El Emperador mismo sufríó de esta enfermedad hasta la adolescencia.
Los últimos días de su vida los pasó armando y desarmando su colección de relojes en un monasterio en Yuste. Lo azotaba la culpa y la melancolía. Lo atormentaba el avance del protestantismo y se arrepentía por no haber asesinado a Lutero treinta y siete años antes. Al retirarse cedió sus reinos a su hijo Felipe II, quien pasó a la historia como El Demonio de Mediodía.